Me arranqué con María. (Entre canciones, faldas y engaños.)

 


Vivo exiliado por voluntad propia, ningún gobierno o enredo legal me han puesto fuera de mi terruño, lo hice yo mismo por huevadas de faldas y que ya ni quisiera recordar. Pero como dicen las malas lenguas, el hombre es un animal de costumbres y aunque yo no me he acostumbrado, aquí sigo, sentado en una terraza de madera mirando el mar. Hay veces que pienso en agarrar el kayak, echarlo al agua y comenzar a remar haciendo toda la orilla hasta estar de vuelta en casa.
¡Nada! Me dio calor.
Me pongo de pie y entro con dirección a la cocina, voy directo al refrigerador; saco una cerveza. A la pasada por el living y desde la biblioteca cojo uno de los discos de Silvio, sí ese, el mismo, Rodríguez, ¿quién más?. La verdad es que no sé por qué lo hice, siempre me pone melancólico el escucharlo, pero igual aprieto el botón del play.
¡Seré huevón! Cuando voy saliendo por la puerta, de regreso a la terraza, la canción me trae el recuerdo de María.
¿Cómo olvidarte? Cuando te veía poner la mano sobre tu cabeza por mantener atrapado ese sombrero que tanto te gustaba, aquel de la enorme ala. Solíamos bromear que con más viento, emprenderías el vuelo hasta perderte en el horizonte y me decías que eso era lo que deseabas hacer, perderte lejos de todo y conmigo.
Vuelvo al relajo de la silla y Silvio comienza a cantar:
"Tú, sentada en una silla…"
Te recuerdo por la playa cuando sobre una roca muy discreta, acomodaste la toalla y dejaste que te viera mientras te me ofrecías.
"Tú, desnuda y con sombrilla…"
No te habías quitado el sombrero alón cuando el viento te lo levantó del frente, pude ver tus ojos encendidos mientras el agua mojaba mis pies y mis manos sostenían tus piernas entregadas a la libertad del viento.
No sé que nos pasó y ahora me encuentro sentado en esta terraza mirando al mar.
Había olvidado por qué me vine y entre la cerveza y la canción, has vuelto a flote una vez más.
Habíamos hecho el viaje arrancando de Santiago y su calor. Ese mes de Enero de aquel año se hizo particularmente caluroso y por cosa rara, húmedo. No resistíamos más entre cemento y viajes de metro, que cuando vimos la oportunidad, nos largamos.
Al ir por ti ya estabas en la esquina con tu sombrero. Te metiste en el auto, tiramos tu bolso en el asiento de atrás y nos fuimos en busca de nuestra soledad. Ya había arrendado para los dos, una casita con vista al mar.
Al bajar las cosas, de tu bolso de mano asomó una novela. Creo que nunca llegaste a tener tiempo para su lectura y como llegó volvió.
Fue nuestra semana del matrimonio que no éramos y celebrábamos la libertad del riesgo encontrado entre los pasillos de la oficina. Tú dijiste que ibas con unas amigas, yo no necesité decir nada, solo cerré mi apartamento y dejé que el amor me hiciera olvidar la aventura y ese se depositó en mí.
Después vendría a saber que a ti, te movieron los cuarenta y dos cumplidos y a mí, el no entender a mis veintiocho. Fue cuando me vi derrotado en la trampa del amor.
Hoy te recuerdo escuchando a Silvio y tampoco dejo de escucharte mientras me hablabas de volver con tu familia, el marido, las hijas. Mis palabras y mis lágrimas, mejor que sigan siendo olvido.
Aún sigo sentado frente al mar. A lo lejos veo ir a una mujer con una sombrilla, sé que no eres tú porque irías con sombrero.




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