sábado, 31 de diciembre de 2022

Diciembre 31 de cada año.


¿Seguir la costumbre de saludar a todos y desearles un feliz año nuevo?

La noche anterior al comienzo de este año que quedará atrás en unas horas, escribo siendo Diciembre 31, 2022, 9:15 am.; lo hice, saludé a mi familia, a los amigos y a quienes se cruzaron en mi camino y pese a todas nuestras buenas intenciones, ¿Dónde hemos ido a terminar el 2022? Deseando dejarlo atrás y comenzar pronto el nuevo con nuevas esperanzas y donde más pronto que tarde la realidad volverá ha hacerse presente.

No se trata de quién tiene la culpa, de quién provoca a quien, eso tendrá variantes de acuerdo al interés personal de quién opine o siguiendo lo que le han dicho.

Intuyo que todo lo que ocurra o suceda en el nuevo año, no tendrá ninguna inteción de mejorar nuestra convivencia, de ayudar a alguien o cambiar nuestra sociedad por un bien común. El retrogrado jamás querrá dejar su espacio, lo conoce y está cómodo en él y si no lo está, prefiere eso a lo desconocido donde siempre cree estará peor, es el sino humano.

La mayoría piensa que el último virus y aún sin erradicar, lo que menos tuvo fue caracter de natural. La crisis de los combustibles. La entraga de armamento a un gobierno que nadie reconoce como nación e incluso que el territorio que ocupa pertenece a una nación establecida. Por otro lado, un país inventado allá por el 1947 sobre otro país establecido y que hoy es masacrado, pero a ése nadie la entrega armamento para sostener su libertad. Un mercado que impone el valor de lo que desea comprar excluyendo el valor que le da el productor. Un envío de ayuda humanitaria a un país en guerra acompañado con armamento. Ayuda económica a una nación en otro continente, cuando otra que muchos reconocemos como país y que no lo es, malvive el día a día bajo la tutela del que ayuda a la primera. Ejemplos así en el 2022 hay muchos más, el sino de un sí y un no disonante, la "esquizofrenia" de los políticos, el caos incomprensible del hacer con el decir. Nadie entiende y nos saludaremos dando la bienvenida al año siguiente, cuando tan solo para unos será otro día de nacer y para otros uno de partir.

Por lo escrito y muchísimo más, desde mi punto de vista, es inhumano desearle al otro un feliz año nuevo, cuando la mayoría nada hace por la comunidad y si existe la voluntad para todo lo personal continuando con ésta barbarie de época de mercado, porque cada uno de los ejemplos citados y otros olvidados, al único que perjudican es a una persona, a otro ser humano, padre, madre, hijos, nietos, son todos ésos quienes están pagando los precios impuestos por sanciones, la falta médica por ideas políticas, la hambruna por transporte, la falta de divisas de un gobierno por el robo en retención que otro impone a título de indemnisación.

Para todos ustedes lo que deseo, es un día completo, que este día y no otro, no mañana, sea pleno de hacer y tener el derecho de vivir en paz, sabiendo que ésto puede ser realidad con la consciensa despierta en cada uno de nosotros, 

En tu noche y no tan solo ésta noche, durante el día, en cada día que vuelves a nacer, busques un árbol, lo mires y descubras todo lo que entre ustedes hay en común. Tú aspiras su oxígeno y exhalas dioxido de carbono para él, el árbol inhala tu dioxido de carbono y espira para ti oxígeno. Uno sin el otro no pueden cumplir su ciclo, aunque la ciencia refutará mis palabras y yo estaré de acuerdo con ésas, pero no completamente. La ciencia si bien nos ayuda, nos ha hecho olvidar que somos parte de la naturaleza y no un organo independiente de lo que nos rodea. El corazón sin el hígado morirá intoxicado y ambos perecerán sin la deglución del estómago, quien ha sido satisfecho por el fruto del árbol y como digestión volvera a enriquecer la tierra.

Deseo para cada uno de ustedes que despierte la consciencia de la grandeza humana y que hoy una brisa inunde tu profundo ser. No estarás solo si ese soplo te coge, te habrás encontrado y al haberte hallado, muchos felices años nuevos vendrán.

 

 

 Photo by Cristian Escobar on Unsplash

lunes, 26 de diciembre de 2022

Un punto del planeta, pero para todos.

 


Tengo una pregunta corta para todos, pero la haré al final. Su respuesta te tomará muchísimo tiempo y trabajo, y muchos se rendirán donde ya muchos otros lo han hecho.

No importa de qué país provengo como tampoco donde están mis pies. Pensar hoy en paises con fronteras, desde mi visión, es obsoleto; pero tengo cierta inquietud puesta en el pedacito de tierra donde nací

Chile, una larga y angosta faja de tierra...

En Chile viven personas, unos nacidos ahí y otros que han ido llegando y se han nacionalizado. Llamamos chilenos a ambos y esto ha venido siendo desde la llegada del español. La historia es larga y como en muchos lugares, el originario, el nativo, pasó a ser el expulsado, el desposeído, el flojo, el delincuente, y más el explotado, el robado.

En el Chile de hoy, leo y oígo, las quejas contra la delincuencia, robos, asaltos, muertes contra esas personas que llaman chilenos y desde la autoridad no se ve, en este y otros pasados gobiernos, ninguna intención palpable, con propósito de solucionar; pero sí una gran cantidad de excusas.

Hoy o hace unos días y ya por años en Chile, se extendió la existencia del estado de excepción en una parte del territorio. En términos simples, militarización. Y está bien, según el gobierno y políticos. No son chilenos los que habitan la zona, su condición quedó menguada desde el rechazo a la nueva carta constitucional. Pero ahora, no es punto de lo que deseo decir.

Ese pueblo originario de aquel territorio, que siempre ha tenido mi admiración como muchos otros, de nombre Mapuche, de gente de la tierra, vive constantemente bajo ese estado impuesto por el gobierno.

Vuelvo al inicio donde digo leer y oír sobre robos, asaltos, muertes y cómo estadísticamente todos esos delitos son cometidos por extranjeros y donde el gobierno, la autoridad no pone estado de excepción, ¿Iluso yo? Sí. Estado de excepción, si no ha sido capaz de implentar medidas de extradición, de contruir una carcel para esos extranjeros que delinquen, donde quedar en transito de deportación; pero hoy leí que proponen construir una carcel para nativos Mapuches.

Los chilenos en las ciudades viven con temor, restringidos en horarios de salir libremente y eso debido a la criminalidad.

El pueblo Mapuche vive en estado de excepción con mayores restricciones y abuso.

Los delincuentes en Chile viven a su entero antojo.

Por si alguno de los que me lee tiene la mala idea de hacer de esto un mensaje racista, será la peor opción que tome. No es ese el camino, las fronteras no existen, la única frontera es la libertad y la propia termina donde comienza la del otro y eso invita a vivir decente, organizado y en armonía, no importando de qué rincón provengas. Lo que expongo es otra muestra más de la esquizofrenia que hoy se vive a todo nivel y en cada esquina.

Esquizofrénico es cuando vas a la iglesia y los demás días atropellas a todos.

Esquizofrénico es cuando reprimes nativos y dejas al extranjero ilegal hacer de las suyas.

Esquisofrénico es cuando lloras por un holocausto y hoy día deseas exterminar a otro.

Esquizofrenia es cuando eludes tu responsabilidad al entregársela a dios.

Esquisofrenia es cuando eres nacional y olvidas que ahí había otro antes del nacional.

Esquisafrenia es cuando criticas los post en la red y luego te quejas de insifucientes me gusta.

Esquisafrénico es orar por la paz y apoyar el envio de armamento.

Ser libre, lo que crees ser libre, es solo otra forma de esquisafrenia.

Ser libre es una complicación, porque conlleva un grado sin fin de responsabilidad. Por eso puedo asegurar, que ningún gobierno es libre ni te dará libertad, como tampoco una relagión, una nacionalidad.

¿Qué puedo hacer?


Photo by Abhishek Koli on Unsplash

viernes, 23 de diciembre de 2022

El amor y la tía Flora

Al abrir la puerta las bisagras tuvieron el sonido del silencio en la soledad, la manilla el frío helado de la noche y al final de la luz filtrada por el hueco de la ventana tres hojas aguardaban sobre la mesa; le temblaron las manos más que de costumbre al tomarlas y los años la obligaron a sentarse. Sin pensarlo comenzó a seguir con la vista nublada la ordenada caligrafía dibujada en tinta verde:

 

A la señorita del piso de arriba —esa era yo, pensé y continué leyendo. al que ocupé junto a mi madre, comencé a mirarla un día de primavera y lógicamente sin atreverme a soltar palabra.
Como cambió volví a pensar.
La vi salir todas las mañanas durante muchos años con su bolso colgado al brazo, bajar los peldaños con tranquilidad de modelo, mientras iba asida al pasamanos; así hasta llegar a la primera planta. Lo sé, porque cuando la escuchaba abandonar su apartamento y cerrar la puerta bajo la doble cerradura, esperaba verla pasar frente a mi puerta y ahí, sólo entonces, me atrevía en asomarme al pasillo y mirarla por su espalda terminar de hacer su recorrido.
Por lo general llevaba un sombrero de ala ancha y no importando fuera verano u otra estación. Sólo cambiaba a un color más oscuro cuando entraba el otoño.
Con los vestidos sucedía algo similar, traje gris de dos piezas, medias negras de nylon y agregaba un paraguas en caso de lluvia. Los zapatos siempre eran de taco alto, que desde mi infantil estatura la convertían en un ser inalcanzable.
Cuándo regresaba, para mi siempre fue un enigma, y terminé pensando que utilizaba el ascensor hasta alcanzar el piso superior. Cada día fue la misma rutina durante todos esos años.
Tras su salida yo tenía que irme y a mi regreso, no sabía si lo hacía antes que ella o la señorita antes que yo. Así fue hasta que un día de verano, al oírla cerrar su puerta y luego comenzar a bajar, realicé mi habitual rutina, sólo que esa vez frente a la mirilla del ojo mágico ella se detuvo —lo hice, recordé, —miró directo contra el pequeño cristal, que era mi protección mientras ella pasaba, y con el dedo índice de su mano libre me hizo indicación a salir. La realidad me paralizó y sólo le hice caso tras su siguiente intento.
Antonio. Oí la voz de mi madre venir desde el interior llamándome y luego preguntar: ¿Adónde vas? Sólo al pasadizo. Fue lo primero que se me ocurrió decir, mientras buscaba serenarme. La señora que aguardaba había puesto en marcha mi sistema nervioso, junto a mi madre con su búsqueda de información.
Nunca averigüé el resultado a su invitación, en esos años, diez y seis con exactitud, el pánico no me dejó ir al piso superior y acompañarla. De eso han transcurrido treinta años. —Me he hecho vieja, mis manos lo atestiguan, toda yo lo grita al mirarme.
Esto que escribo, tuvo inicio cuando aun era un mocoso, recién cargaba los primeros seis años de mi existencia y no pretendo contar lo acontecido en los siguientes treinta, sólo continuaré desde que volví al edificio donde crecí:
Una vez dentro, subí al piso dos, miré la puerta del que fuera nuestro apartamento y no me atreví a tocar, no quise molestar a los nuevos inquilinos. La mirilla en ella refrescó la memoria de mis sueños, entonces decidí ir escaleras arriba; me detuve frente a su puerta y fui consciente de que nunca me enteré de su nombre. Con la sonrisa del recuerdo apoyé la mano en la puerta, justo en el momento en que se abría la del departamento continuo.
—No hay nadie, está vacío desde hace meses —me informó una chiquita de trenzas —ésa ha de haber sido Claudita, entendí y seguí mi lectura. —La niñita se me quedó mirando mientras comencé a bajar.
El tiempo indudablemente había pasado.
Entre los peldaños y la niña, la recordé con más fuerzas. El primer piso lo tuve al frente abriéndose a la despedida cuando la vi entrar, lo hacía con su estampa de siempre; los treinta años pasados no los divisé en su elegancia…
Volteó la última hoja y atrás nada, ahí terminó. Cojo el lapicero de tinta verde y decido comenzar a escribir. ¿Por qué no? Me pregunto.
Tendrás a tú lado un amor muy joven, me vaticinó muchos años atrás una gitana con un pañuelo rojo que le cubría la cabeza, mientras su negra y lisa cabellera bajaba por su espalda. Yo aun lucía la piel tersa, aquella que se tiene a los treinta años.
—Demorará en llegar a ti —agregó la gitana, —pero al final de los días lo hará.
No le preste atención en aquella época, pensaba que nada de eso era para mí.
Entramos en mi nuevo apartamento e hicimos un amor de jóvenes cada tarde, cuando el sol golpeaba la ventana de la sala. Me dejé penetrar por su juventud tantas veces como quisimos, junto al calor de la luz sobre mi piel arrugada. Mis pechos se hicieron dos masas blandas dentro de sus manos, mientras su boca los saboreó. Sentí mis caderas crujir cada vez que puse las piernas sobre sus anchos hombros, hasta que llegaba el relajo a la tensión. En cada cena hicimos un amor de adultos, aunque permanecíamos desnudos; y uno de matrimonio eterno durante los desayunos, mientras leíamos el periódico.
Los últimos dos años de mis setenta y…
—¿Qué crees que debemos de hacer con estas páginas?
—No lo sé. Siempre pensé que la tía Flora estaba media loca.
—¿Has visto las fotos que subió en internet?
—No.
—Al principio me parecieron asquerosas, pero después me han dado risa.
—¿Me dejas verlas?
—Está completamente desnuda.
—¿Desnuda?
—Sí. Junto a un hombre joven, mucho más joven.
Unas cosquillas nos bajó a los dos y vimos como el sol penetraba por la ventana en la sala.

jueves, 22 de diciembre de 2022

La fotógrafa

  

Mi nombre es Zelda, bueno la verdad no, podría ser un diminutivo de Griselda, pero tampoco estaría diciendo la verdad porque ese incluso no es mi nombre. La verdad es que he inventado que me llamo Zelda.

¿A qué viene todo esto?
Desde hace un tiempo vivo en un décimo piso, no se preocupen, no pienso explayarme en detalles, solo baste decir que el apartamento posee una gran vista de la ciudad. Ahora no imaginen parques, árboles y nada por el estilo, les estoy hablando de ver la ciudad desde un décimo piso; por el día rodeada de otros edificios y que por las noches se convierten en pequeñas luces y cada una de esas ventanas de estrellas, van dejando asomar una vida propia.
Ahora podrán pensar que soy una fisgona. Pueden llamarlo como les venga en deseo, yo pienso que soy una cazadora nocturna de intimidades y espontaneidad. Atrapo situaciones que bajo otras circunstancias sería imposible hacerlo, como en un estudio o cuando las personas se saben retratadas, el maltratador deja de serlo, oculta su verdad de abuso; la mujer que le abre la puerta al amante cuando sabe que el marido no llegará; en fin, soy fotógrafa de profesión y entre muchas cámaras que poseo, una en particular es la que me gusta usar para estas ocasiones y ahora no podrán oponerse a que se las describa: Nikon D850 con una resolución de 45.7 megapixeles y un ISO máximo de 40.000, máxima velocidad de apertura 1/8000 seg. Claro, esto no es todo, el lente también es una parte importante, quiero colarme dentro de ese planeta por su ventana estrella y capturar el por qué titila.
Comencé en esto solo por la curiosidad arrastrada por el ocio, que junto a la cerveza en verano o la copa de vino por el invierno, me empujaron al balcón a ver morir las horas camino al descanso. Las primera vez solo cargué con la cámara y era otra. Luego descubrí todo ese universo en la privacidad de las puertas cerradas y abierto a los vidrios expuestos, entonces necesité del trípode, un lente más acorde a las distancias y la Nikon.
Una de las primeras capturas fue gente cenando, un solitario a la mesa y otros acompañados que parecían no hablarse. Hay un hombre muy metódico, vive solo. Al llegar siempre carga con una bolsa plástica, en ella trae su cena. La abre sobre la mesa, toma lo que sea de dentro, enciende el televisor y se sienta frente a él a comer; todas las noches de igual manera. Luego suelo saltar a otras ventanas y a los minutos regreso donde él, lo encuentro dormido.
Con el tiempo la aventura fue tomando más sabor. Un día encontré a La Solitaria, les he ido dando nombres; estaba frente al televisor a juzgar por los destellos, junto a ella había una única lámpara encendida y que no me ofrecía muchas posibilidades, en términos de poder observar, pero en un primer instante pude jurar que se encontraba desnuda. Fijé el trípode para mantener la dirección, su ventana me queda expuesta por el intersticio que hay entre los otros dos edificios más próximos al mío. A los minutos de observarla la vi ponerse de pie, estaba desnuda; luego regresó trayendo algo en su mano. Cambié el lente a riesgo de tiempo, pero cuando volví ahí seguía estando; estoy segura que ella veía una película porno porque comenzó a jugar con un vibrador sin apartar la vista de los destellos. Después he descubierto, que aunque de vez en cuando llega con algún tipo, no hace a un lado la auto estimulación; practica aquello unas tres veces por semana.
En uno de los pisos en otro edificio hay una pareja, no sé si llamarlos matrimonio, no interesa; el hecho es que cada vez que están juntos a la mesa o no se miran o si lo hacen es para gritarse, lo deduzco por su lenguaje corporal. Hay otro en ese mismo edificio que ha llegado más lejos, al punto de dejar a la mujer tirada en el piso sin poderse poner de pie, cuando él se ha marchado.
Ayer bajé al parque, en una de las bancas había una mujer de gafas oscuras, podría haber apostado que era ella, la que no podía ponerse de pie la noche anterior. Yo estaba con otra de mis cámaras robando fotos, me gusta ver a las personas a través del lente y capturarlas con toda su naturalidad; es cuando estamos reflejando quienes realmente somos en ese momento. Muchas veces me valgo del celular, es lo suficiente rápido capturando en serie, luego solo tengo que eliminar las no deseadas.
A la media hora de estar ahí, a la distancia y de frente a la banca donde me siento, vi a otro que parecía hacer lo mismo que yo; ajusté la cámara puesta sobre mis piernas y le hice un acercamiento, lo vi que se sonreía, luego alzó la mano para saludar. Su lente apuntaba en mi dirección, su puso de pie y comenzó a caminar hacia mí.
—Te he visto con tu cámara en el balcón por las noches.
—Estás equivocado.
Me muestra la pantalla de su digital y ahí estoy.
—Mi foto no engaña. Creo que nos entretiene lo mismo.
Para qué negarlo, me sentí espiada, pero él continuó hablando; qué decirle, le seguí la conversación y negarlo habría estado fuera de control, como cuando le dices a alguien que tienes una hermana gemela y no es cierto.
Esa noche no salí a la pequeña terraza, pensé que me estaría mirando; por la ventana del dormitorio entre las cortinas, asomé el lente y comencé a hacer un paneo por los otros edificios; después de media hora más o menos, aún no lograba dar con él. Pensé que podría estar en la azotea de su edificio.
«Que va, de aquí más nunca lo veré» —pensé. «No tengo más que ir hasta la azotea».
El tipo era buenmozo y ha hecho que me interese en él. Por principio, tenemos el mismo pasatiempo. Cuando me pidió juntarnos para cenar o beber algo, le dije de inmediato que no. El saber que me espía me hizo sentirme nerviosa; pensé en que él sabe donde vivo y quién sabe qué más.
En la azotea abro con cuidado y casi lo justo y necesario para pasar entre el marco y la puerta, y que, la luz interior no me ponga en evidencia. Al aproximarme al borde acomodo el trípode con la cámara, miro atrás para ver que fue el ruido contra el suelo, me doy cuenta que mis llaves están en el piso; me agacho a recogerlas y acto seguido, oigo como si algo se rompiera. Vuelvo la vista a la cámara y está tumbada sobre el suelo y el lente hecho pedazos. La cogí, la miré y siento el duro golpe en mi hombro. Tirada sobre el suelo lo siguiente que siento, es un fuerte ardor que se va convirtiendo en algo que quema. Tras arrastrarme hacia las escaleras, regreso dentro, me doy cuenta que estoy sangrando, bajé con prisa, dejé la cámara en casa y salí apurada a la calle en busca de un taxi.
—¿Dónde se encontraba usted?
Tuve que decirle al policía dónde estaba cuando ocurrió y a la pregunta de qué hacía ahí, solo respondí que miraba las estrellas. De mi cámara de seis mil dólares mejor olvidarme. Estuve en el hospital hasta el día siguiente. Cuando me dieron de alta me fui donde una amiga y a la semana me mudé de apartamento. Aún siento miedo de volver a mirar por las noches en otras habitaciones, pero mientras no lo vuelva a hacer, siento que no seré yo, La Fotógrafa.
Después de dos meses, me atrevo en asomar el lente por entre las cortinas; apunto a una luz encendida. A la mesa cenando hay una mujer que me da la espalda y frente a ella un hombre, no me permite verlo.
De pronto ella se pone de pie y lo pude ver.
«¡Es él! El del parque».
Ajusto el lente y estoy segura que ¡es él!
Lo veo que sonríe, igual; levanta la mano, igual y la agita igual, luego se pone de pie; la mujer aún no regresa.
Retiro la cámara del vidrio.
A los minutos vuelvo a asomar el lente, lo enfoco en la dirección anterior y puedo ver que está sentado y junto a él la mujer y otra pareja que acaba de llegar.
Me siento en la alfombra con la espalda apoyada al muro y la máquina fotográfica sobre mis piernas. La respiración la tengo entrecortada de solo pensar que me ha descubierto. Dejo pasar unos minutos y vuelvo con el zoom. Él no está sentado a la mesa, veo a la otra pareja y la mujer que lo acompaña desde el principio. En el balcón y por fracción de segundo me parece ver un destello, se rompe mi cámara mientras la voy sintiendo incrustarse en mi ojo.
—Cariño. ¿Qué hacías en el balcón?
—Recordé que no había entrado la cámara.
—¿Aún sigues espiando las ventanas? —Pregunta mi amigo sentado a la mesa.
—Siempre hay una víctima —respondo satisfecho.
Todos ríen.



Photo by James Sutton on Unsplash

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