viernes, 23 de septiembre de 2022

Un pez tatuado en la nalga

 

Podría haber seguido durmiendo, de no ser por el reloj que me recordó, que eran pasadas las diez y que junto a mí, tengo una morena que en mi cabeza abombada, no logro adivinar, qué promesa le habré hecho para que esté ahí.
Le miro sus pechos jóvenes desnudos y descubro que están bien puestos, más de lo normal acostumbrado; la cadera corre bajando por el terso glúteo hacia la angosta cintura; todo brilla en esa piel oscura.
La oigo quejarse cuando se vuelve a acomodar; el pez tatuado en su otra nalga me mira, al darse cuenta que ha sido descubierto. Otra vez se acomoda introduciendo sus brazos bajo la almohada, su rostro indica hacia un costado, mientras su crespa cabellera cubre el resto de la funda.
A estas alturas aún no encuentro respuesta a su visita.
Descansa sobre el vientre.
Retiro otro poco la sábana disfrutando de su cuerpo; una pierna flectada y la otra completamente estirada, entre ellas… ¿Cómo llegó hasta acá? Me pregunto y cuando decido averiguarlo oigo su voz.
—Hola guapo.
Despierta antes de que pueda estar a su lado y coger su brazo.
—¿Tú y yo…? —desnudo parado a los pies de la cama le pregunto confundido; preocupado, más bien receloso.
—No te preocupes —me responde con una voz gruesa. —Estabas muy borracho.
—Pasó algo entre… —muevo el dedo apuntando por tiempo hacia uno y al otro, buscando seguridad ante los hechos.
—Nada —insiste. —Pero si quieres…
No he terminado mi interrogatorio cuando noto que la tiene dura, tiesa y pareciera mirarme igual que el pez tatuado en su nalga. Aun lleva las tetas más lindas que he visto en años.
La botella con restos de ron, sigue sobre el velador.



Si deseas oír la historia, podrás hacerlo en el enlace:
 

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